28 octubre 2022

Cuando me dijiste que el mundo era blando, que la dureza habitaba en tus manos, bajo la sombra inerte de tus pestañas, desistí de ser nuevamente una marca oscura, para ser suave, para mostrarte que el tiempo en mi viento era otro. 


La primavera caía en mí como una tormenta, secando las flores, volviendo yerma mis tierras, agrietando el brote puro de mi pecho enfermo, crudo y enfermo, crudo y deshecho. 


Nos volvimos el nudo, una trampa de amantes que guardan silencio, la salida fácil de los sueños que no vuelven nunca. Nos volvimos mirada que ya no se encuentra, que mira distante, que ya no se extraña.


Quisimos ser aves de letras dispersas, el llanto de un cielo atrapado en la distorsión del reflejo, en el ras de un cristal, en el turbio del charco. Nos buscamos al fondo de heridas que ya no duelen ni sangran. 


Nada detiene la avalancha de caos de los últimos días, de los últimos meses, de las últimas vidas. Un gigante de miedos que me acecha como espasmo en los huesos, un estruendo que aparece en los ecos de este monólogo muerto, una tristeza que danza en mi cuerpo, que acaba en el tuyo, que termina conmigo.

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