Las horas nacen lejos de nosotros;
nos hundimos en el bucle
que atraviesa y humedece las paredes.
Me pierdo.
Tres mil setecientas horas
buscando el espectro de tu nombre.
Ciento dieciocho días
que no te encuentro.
Ahora que el camino se hace bisiesto
y jugamos lento
a dar pasos que nadie ve
vamos creando abismos
que revientan en mis pies.
Ensoñaciones y una noticia amarga.
El silencio.
El dolor del corazón.
Lo que finges no ver.
Dónde finges no estar.
El cansancio.
La madrugada haciéndose cenizas
y una culpa
que se vuelve mía.
El temblor de mis párpados
se asemeja a una canción de Nacho Vegas
que nunca escribió
por el dolor que nos produce estar heridos
y aún así
ocho y medio
o la gran broma final
también nos duele.
Las sombras proyectadas
intactas
también sienten
se nubla
y se olvidan de nosotros.
Pálidos, ausentes, cínicos.
Marchito el tiempo
nuestra semblanza de sufrimiento
calla
ya no es
más que sangre
brotando de heridas
que no sabemos que existen
pero arderán en el colapso
que crearán los cielos
cuando la noche se haga espuma.
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