05 noviembre 2019

Ave de rapiña

Cuánto dolor hay en mi pecho de enredadera
en mi corazón que sabe a barro
y se parece a la maleza
yo que soy un ave de rapiña sin huesos
y más arriba también
un nido de pájaros muertos.

Cuánto dolor se alza en un canto
que nadie escucha porque es un canto afónico
que sólo sale de noche.
Cómo volteo la cara para mirar el mundo
para mirar la nada
sin apretar las garras.

Cuánto dolor habita
en las costras de salitre que se adhirieron a este pico
cuánto dolor en el plumaje enmarañado
cuánto en la piel carcomida por los bichos y las moscas.
Nadie apunta con el dedo
para presumir el vuelo de una parvada en solitario
que yace inmóvil en el suelo.

Pasan los días y seguimos
encontrando el hielo y el azar de
otra muerte dramática
pero no hay funerales ni minutos de silencio.
Tampoco hay sorpresa
ni espanto
se acaba el dolor.
Mientras a mí se me clavan las espinas de una especie
que se olvida de volar.

Cuánto dolor le cabe a este mar de preguntas
que me ahogan y me limito a contestar con
“ya nada importa”.
Cuándo quedaron atrás los días de verano.
Cuándo se olvidaron de mí
las noches en calma
llenas de estrellas en el vacío para descansar.
Cómo curaremos la herida
que sólo sabemos abrir
para que la sangre choque con el viento
y el viento arda
allá donde guardamos el dolor
que escarba en la tierra que dejo de ser yerma
que gime a destiempo, que se seca
y que muy pocas veces
sirve de alimento para este cuerpo
que ya se cansa.

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