09 octubre 2019

Nueche

De metal y de sangre está hecha la noche
las estrellas sólo son huecos
que nos abren por la mitad cuando las vemos
la oscuridad es el abismo más puro
que nos traga entre insomnios y llamadas a medias.

El silencio vuelve como una estaca
a enterrarse
¿dónde?
Ya lo sabemos.
Dónde.

No existe el pasado
pero las cosas vuelven
como la lluvia
como el calor
como la punzada que aprieta un dolor en el pecho.

Ya sólo hay muertos que no mueren
la mentira de un amor que no ama
la mirada absorta que no mira nada.

La noche es una costra vacía
cayendo sobre el terror que no merecemos
¿qué merecemos
sino la pulpa en la culpa de los (no)miedos de aquellos
que ya no lloran sueños
ni gritan anhelos?

El aullido vuelve como broma de juego
a volverse inercia
a dejarnos inertes
a convertirnos en suelo
tumba de dieciocho metros
otra vez silencio
y cuarenta horas y media de lamentos.

No existen las cosas
que contamos con los dedos
con el alma o los recuerdos.
Tampoco existe lo que ya no está
ni las despedidas a tiempo
ni el deseo de ser en libertad.

De copas de vino y ausencia revienta la noche
cayendo de a gota
sobre el horror de golpearnos frenéticamente
cuando la nada es mejor
y ya de nada no hay nada
que todo da vueltas
que nada se mueve
y que a mitad de una arcada
logras reconocer las risas entrecortadas
que te proclaman sin ganas
parásito infame
de las heridas abiertas de la madrugada.

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