03 octubre 2019

Ahora son sólo fantasmas en los Bosques de mi Mente

Tú mordías mis venas mientras yo intentaba reparar un daño que yo no hice. Se apagaron primaveras, veranos, noches enteras y un reloj que ya lloraba tiempo herido de silencios y la burla a mis entrañas. Desangrándome la sangre se hacía piedra, me hacía de piedra, grito de grieta, formada en los abismos de tu voz que mucho tiempo no dijo nada, que me apartaba, que me llenaba de vacíos incontrolables. Que me hacía doble y en ese doble, me fragmentaba. Siempre fui un fragmento que al llegar la noche y sólo en parte, añorabas. Sólo era pedazos y algunas veces me quisiste entera. Sacaste mis ojos, cuando ya no los querías, porque siempre estaban tristes y dejaban risas secas cuando creíamos que el tiempo iba cambiar. Que el desorden nos iba a incendiar con todo ese asedio. Cuando renunciamos a las uñas y a la vida que, a veces parece, que nos merecemos. Usabas mis huesos para esconder tus excusas y los taladrabas buscando médula que me sobrara, para que pareciera que nunca me hizo falta, para que cuando te fueras, pareciera que siempre me hacías falta. Y yo te echaba en falta. Después, ya nunca te encontraba. Adormecía en mis pieles que se hacían de trizas, que ya se veían grises y que olían a cadáveres que ya se volvían viejos. Con el alma hecha de cuarzos, en un beso y mil mentiras, me rompías en mil y un pedazos. Me abrazabas, como quien nunca ha hecho daño, y en palabras muy queditas, señalabas que todo era parte del hartazgo, espasmo de engaño que sólo hasta hoy me he atrevido a nombrar. Ahora que ya no existes o ahora que existo yo. Ahora que se hizo tarde y me tardo en encontrar el valor que nunca tuve por querer verte volar.

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