Duele el estigma de siempre
abriéndose como una llaga
oxidada y profunda
vestida de las costras crudas.
Duele ver el mundo
desde un ventanal que es más propio
que mi cuerpo
que se crece desde dentro
estallando
entre lo que está claro que no es
y la prosa de mis medias
cubiertas de lunas sobre atardecer.
Duelen las palmas de las manos
llenas de resentimientos
en el intervalo de una ausencia
que aprieta más cuando está cerca.
Me duelen las costillas del recuerdo
que se inflama
cada vez que no puedo ponerle nombre
y la cama es tan grande que me duele
la incertidumbre de volverme hueso
o raíz de mar.
Fui reloj sincrónico
en el interior de lo anacrónico
que busca helarse en el infierno.
Alma enferma que duele,
que presupone las orgías
de un dolor que no termina nunca
con el carrusel de estar tranquilo,
con la paz que me brinda
la cálida espesa desesperación
al borde del grito
que formó el abismo.
Duele el pantano
nacido del pánico
de casillas grises
en cada calendario inexplicable;
el barro acumulado en tu lengua,
el fantasma de salitre
anidando mis pupilas.
Duele la incapacidad de amar
por querer ganar una guerra
que sólo dejó muerte dentro de mí,
que es tan fácil de olvidar
cuando tu abrazo es mi cobijo
y resulta que no existe el mundo.
Cindy Yaremi, 2017.
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