Despierto con los ojos hinchados
el cuarto delirio de tus ojos tristes, grises, ausentes,
a veces enamorados.
Sentí llegar una muerte
en el vértice de mis costillas,
me mude de cuerpo, de vida,
cambié los rincones llenos del cálido sol
por el misterio helado de una página en blanco.
Me llené del absurdo de un poema que no termina nunca,
llevo los ojos como un muerto,
una soledad dulcísima
amarga en el recuerdo.
Escucho el eco, agudo, recio
que tiene la forma de lo inmenso
y esta sed maldita me mira ya
con la inocencia rota,
las alas rotas, los sueños rotos,
todo roto, como ramas vencidas por el peso de un fruto
podrido.
La canción hecha animal
aullando
con las entrañas llenas de cenizas y la garganta ahogada en
humo,
yo aquí metida, con mis raíces en forma de jaula
para que no salga y me vaya con el aire,
o me quede muerta
a media banqueta
porque no llegaste nunca,
porque me perdí en un vuelo que tampoco comenzó.
porque me perdí en un vuelo que tampoco comenzó.
Cindy Yaremi, 2017.
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