Muero de frío,
ya no sé dónde guardar tu recuerdo,
dónde dejar los besos que no me diste.
Me apago
en el borde / y al mismo tiempo
que tu cigarrillo.
Estoy lejos.
No estás.
Tengo un terremoto enterrado en las costillas.
Ven a verme,
aunque sea tarde
y el invierno haya reventado en este infierno
que me consume en el no verte.
El cielo de tu piel es cada vez más denso,
pensarte es un aullido que me atraviesa
transversalmente / hasta la muerte
que no me deja morir.
Te vuelves nube de humo,
yo voy cayendo como plomo,
y me diluyo
más de trescientas catorce veces
en un lagrimal que tiene forma de herida,
que se retuerce en el dolor de un hueco
que de tanto, se transforma en pecho.
A dónde me llevo
la caricia que quedó inerte / y nunca te di.
Dónde colapsó el calendario
que me confunde del saber
si te vi ayer
o si puedo llamarte en cinco minutos;
cuando leas esto
y ya no quieras saber de mí.
Dónde me paro yo,
dónde germinó el mondúber,
dónde se apago la paz,
que no existe / que nunca existió,
que se rinde ante tu voz de hueso.
Dónde eres sin mí,
aquel lugar que no recuerdo
y aquel abismo inconfundible
que siempre me ha quedado demasiado bien.
Cindy Yaremi, 2016.
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