Las voces de la ciudad se callan,
estoy ausente,
tengo los miedos de un niño
escurriéndome por el vientre.
El mundo está ausente,
no hay ecos gritando mi nombre,
no hay nada;
una mancha extraña y seca
pegada a la ventana.
Estoy extraña,
estoy seca.
Te extraño.
Podrías revisar en el pasado,
en mi sinfín de caricias,
en los vacíos que se expandieron
como gota fría y tinta de sangre.
Tú estás ausente,
y el viento viene a reventar
en tu silencio que muerde,
en la angustia,
en mi epitafio cubierto de ausencias.
Ausencias
cargadas de hipoxia,
de una muerte
que se acerca lenta,
como queriendo seducir a su presa,
una presa que ya no puede escapar.
Y yo sigo esperando
que esta ausencia sea más corta,
que no me deje costras,
que no se vuelva versión en prosa.
Ausencia
guardada en mis huesos,
en las habitaciones del verso,
en el lugar donde se esconden los besos.
Ausencia torpe,
aguda, ruin,
portadora de mi dolor de pecho,
de la ansiedad ronca
fundida en un jamás efímero
que se somete al calor de tus tiempos.
Cindy Yaremi, 2016.
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