No puedo decirte más
que el alba quema.
Te extraño,
estoy sedienta de ti,
de tu piel gardenia,
de tu boca delgada,
de tu risa loca,
de tu voz de trueno,
de tu mirar de muerte.
Han sido extensas,
densas,
las horas que he pasado
dentro de tu abismo cruel.
Ahora quisiera
que despertaras
de todas tus pesadillas
y que me llamaras,
que me dijeras
que también me extrañas,
que no tienes miedo.
Dime que no tienes miedo,
que necesitas de mi boca,
de mi cuerpo,
de mis ojos,
del desorden.
Aférrate al cosquilleo
que sientes cuando me ves,
aduéñate de mis demonios,
quítame las costras,
los sueños,
las manías.
Conviértete en un verso
que pueda tocar,
que sepa cantar.
Róbame todos los suspiros
y bésame,
por favor
bésame,
quítame la ropa en tu sillón,
y ya no me des hambre,
ya no me des libertad,
vuélame
y vuela conmigo;
o déjame enterrarme
en tus caderas,
déjame llenarme de tu boca,
de tu cuerpo de ninfa;
déjame dejarte mis lunares
a cambio de caricias,
déjame casarme con tu cuello,
déjame morir en el centro de tu pecho,
y déjame
déjame
déjame lamerte las piernas,
los pies.
Acaricia mi cabello,
muérete por mí,
vuélvete mi mar.
Duerme a mi lado una noche
y luego
todas las demás;
mirémonos calladas en la oscuridad,
hablemos con las manos
pegadas a la piel,
al espasmo,
al beso,
a la humedad.
Pero despierta hoy
y extráñame.
búscame en tu cuerpo
y luego llámame,
llámame,
ámame.
Cindy Yaremi, 2016.
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