Las canciones con que suelo dormir
llevan un sabor húmedo y rizado,
así como el de los cuentos que se van
evaporados.
Y suenan, entre nubes de cristal,
mientras me desvisto y visto
con la mirada de una sombra
que se queda pegada a la pared.
Las canciones con que suelo soñar
son una contracción sinuosa en la cadera
que me revienta las vértebras,
y así me voy hundiendo
en un barquito de papel.
Las canciones con que suelo despertar
llevan más o menos la sincronía
de sus pestañas bailando en espiral.
Él lleva una rima oculta en el pantalón.
Y el tiempo deslizándose
en los pliegues de mi paladar.
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