Ya van dando las tres. -¿Me quieres, me quieres?-
preguntaba. –Te quiero- contestaba en un murmullo más que inaudible. Era tiempo
de hacer que lo fugaz, aumentara de segundo en segundo hasta convertirse en
eterno.
Ya van dando las tres y yo, ya no tengo ni corazón ni
cabeza, pero es algo extraño, porque tampoco me muero. –¿Me quieres? Te quiero-
decía con menor fuerza cada vez, se iba apagando todo el calor que hace del
amor lo que es: amor. Después sólo quedarían vacíos, silencios, costumbre.
Ya van dando las tres, y la verdad es que aún no conseguimos
decirnos nada. Y no va a pasar, hasta mañana, en el momento en que sólo queden
despedidas y después de aquello, ninguno de los dos se atreverá a volver a
llamar.
Ya van dando las seis, qué más da, más de diez. Todo ha
quedado hecho polvo, y ni siquiera el polvo, ¿sabes? Va siendo una hora larga,
la que acostumbra quedarse pegada a mis párpados por las mañanas.
Cae lluvia ácida, haciendo música al chocar con la ventana.
Van a dar ya las diez, y en fin, como ya sabemos, no hemos conseguido nada. –Te…
(Sonido de un trueno)-.
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