Puede que no basten ni las palabras ni el tiempo,
puede que todo se haya ido más bien lento.
Puede que el soneto ajeno me estruje el alma,
puede que todo lo demás, venga y me atraviese los huesos.
Así, como un perro herido, que se arrastra hasta el olvido.
La noche me ha dejado con el corazón empapado en sangre,
con una vacía sonrisa de cartón y una muerte inocente.
Me quedaron un par de suspiros, de esos que,
uno malgastaría porque sí, con un cualquiera;
y todo el insomnio resumido a cajetillas de cigarros.
Tú tenías que dar más por los muertos
y yo no tenía que haberte dado mi vida.
El jardín lleno de rosas secas, las rosas llenas de espinas,
miles de esporas acariciando al viento y una libélula
flotando entre mi cara y el cielo.
Lamento haber inventado que te quería un poco menos,
era sólo que el silencio me hacía pensar que tenía miedo.
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