Una docena y media de tiempos perdidos,
18 cafés, 45 historias fallidas,
un golpe amarillento. Insolación.
Así fue la mañana, aquella que recuerdas bien, la que
atormentó con ruidos y deseos de suicidios, aquella en que gritabas lo que te
dictaban las estrofas de tu enfermedad. Yo no recuerdo para qué habías venido,
sólo sé que tenías un pedazo de papel color violeta entre las manos y el
cigarrillo en la boca. Comenzaba a llover y no había pájaros ni moscas.
Bromeaste con eso de pasar por la puerta, algo retorcido se escondía en tu
sonrisa aún más torcida. El tiempo, furgoneta de momentos indeseables, de
retóricas insípidas, de dientes peligrosos.
Qué habrás querido alguna vez, que llamaste y no querías
colgar, que rugías, que bromeabas, que rumeabas. No lo sé, ya no quisiera
saberlo pues te has puesto la chaqueta y ya te vas, dejando rotas las persianas
y grietas en mi piel. Así fue la mañana, esa que recuerdas bien.
No tengo tiempos, ni prisas para escuchar tus
charlatanerías, para creerme un par de frases más bien breves, para buscarle la
elocuencia a las horas que han caído bien. Así las cosas, lo has oído bien.
Te levantas de la cama, incendias el librero, fumas tu
cigarro y nada te parece bien, otra vez. Suena el timbre, y al mismo tiempo las
campanas. Suena todo el maldito tiempo y no lo piensas, no te vas, y te vuelves
a acostar. Huyo a mis silencios, a mi voz, escapo de lo que ya eres, de lo que
nunca has dejado de ser. Así fue la mañana, aquella que arrojaste contra la
pared.
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