Estaba buscando a una mujer, de esas que curan todo, que
leen la mano y el café.
Estaba buscando a una mujer, cuando encontré el fantasma de
tu piel, pálido y más bien helado. El muelle estaba solo, abandonado, como es
costumbre y me acerqué a ver el reflejo de lo que ya no es. Está bien, lo
acepto; se ha quedado la sombra en el mar, revolcándose en las olas, y allá va.
Qué va.
Suena una vez más el despertador, sigo buscando a la mujer,
sigo contando las piezas del rompecabezas que no puedo armar. Silencio que va a
empezar. ¡He encontrado a la mujer! Pero está cantando en medio de la plaza.
Vuelve a sonar el despertador y sigo escuchando el melodeon. Está descalza y
baila al ritmo de su falda larga, acaricia las flores y se alarga, sus manos
son una nube de humo, y su boca rima, ¡sí!, rima con la mía. Me acerco y se
escapa.
Estaba buscando a una mujer, de esas que llevan nombres
fuertes, de esas que brillan con todo lo que llevan dentro, pero sonó el
despertador. Vuelve a empezar la aventura de buscar a una mujer que no existe
más allá de la magia, que resuena cuando la escucho y se apaga. Estaba buscando
a una mujer cuando se me acercó tu sombra disfrazada de la mujer que yo
buscaba. Ya sabéis cómo podría acabar. Más vale que vuelva a sonar el maldito
despertador.
No hay comentarios:
Publicar un comentario