Érase una vez, todas las noches que no he alcanzado a contar, ni cuando estoy despierto, ni cuando fumo, ni cuando sueño; y toda la pesadez de tu sonrisa recae entre mis hombros. Amor, me vuelves loco.
Sufro en cada uno de tus besos que se anidan en mis labios, sufro con mis manos en tu cuerpo, arañándote la piel. Te sufro con todo este deseo que se extiende ferviente desde mis vertebras hasta mis extremidades y mi lengua. Voy sufriéndote lentamente, con una pasión ilimitante.
Vienes de nuevo, como cada viernes, y con tus carcajadas me ahogas los suspiros y me arrebatas cada gana que me lleva a matarte en la cama. Un silencio, una mirada, un jadeo. Vas a gritar.
Déjame sufrirte otra vez y más rápidamente. Y más. Que se me agotan las noches, que se me exilian las treguas que te vas a llevar está vez cuando decidas parar.
Somos sufrimientos atados a besos dolientes, a caricias ardientes, con sudores, con dientes.
Érase una vez, todo lo que me atrevo a hacerte en las noches, en las mañanas, a cualquier hora; desnudarte y atarte a la cama y sufrirte una y mil veces más, con este mareo irrevocable, con esta elocuencia anormal con que me amas, y el sufrimiento vibrante de tu cuerpo, sufriéndose en mi cuerpo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario