La noche se asoma sobre mis párpados y mi piel está temblando debido a mis cantidades recurrentes de cafeína. Hay un silencio frígido y puntual que aparece cuando las hojas de los árboles han terminado de volar. Es asfixiante, insoportable. Enciendo un cigarrillo para calmar la nausea que me causas, silencio. No es mentira que intente sacarle un provecho tranquilizante a cada cigarrillo, pero ciertamente, lo único que obtengo son cenizas y humeantes espirales grises.
Me recrimino con dureza, intentando reprimir el reumatismo de mi cuerpo y la crucial taquicardia.
Tomo el teléfono y, aún sin marcar, ya me estoy poniendo nervioso. Lo aviento a la cama, camino en círculos, rechino los dientes, prendo y apago indefinidamente el televisor, mis movimientos son absurdos, como los de un loco. Estoy más inquieto que cualquier noche y, pese a su brevedad, el día ya me ha parecido eterno.
Me vuelvo más pesado con cada minuto que pasa; el olor a humedad de la habitación y los sonidos de las cañerías me enloquecen fraccionariamente. No pido ser un hombre adormilado de sociedad. Sólo ansío esa delicada lucidez que surge cuando uno está en paz consigo mismo.
Caigo de rodillas al suelo, sumergido en una terrible tristeza, la misma que me agobia desde que el silencio es cruel. Esta tristeza se convierte en una desesperada furia que me llena los ojos de lágrimas, y para no llorar suelto un grito grave que se estrella en la ventana. Me desvanezco en un abismo sórdido.
Estoy despertando, ciego y confundido. No comprendo la armonía que me está rodeando y pareciera que se expande. Pero mis ojos sólo captan un oscuro que lo llena todo.
Empiezo a preguntarme dónde estoy.
Siento una brisa, como de mar, y una luz esclareciente aparece, acercándose lentamente a mí. Es cuando me doy cuenta de lo tranquilo que estoy. La luz se acerca cada vez más, y pienso que podría ser un sol, pero descubro que tiene alas. Viene y aterriza frente a mí. Es un gorrión con plumas doradas que se encienden cuando vuela; ahora que está tranquilo brilla con suavidad como la flama de una vela.
Fija en mí sus ojos negros, húmedos y tiernos, haciéndome sentir como un niño de 3 años. Se sacude para esponjar su plumaje y comienza a cantar; su canto va acompañado de un sutil destello. Siento como dicha melodía se me entierra en el pecho provocándome una vibrante catarsis que me hace sentir como si mi cuerpo estuviera ahogado. De pronto un aliento que parece no ser mío, penetra en mis pulmones y me hace toser, y así como voy tosiendo, voy escupiendo una marea de agua salada que fluye hasta dejarme vacío. Ese vacío se ha convertido en plenitud y del pico del gorrión sigue emanando aquella melodía, parece estar en un estado frenético, por un momento creí que estallaría y que sus plumas se regarían por doquier; pero contrariamente vi como "el pico se abrió más y más, la cabeza del Gorrión se acerco a mí y el resplandor sonoro del amarillo avanzó suavemente y me envolvió.
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