A veces
quisiera acordarme de ti cuando no estás.
Pero no estar y acordarme no es una posibilidad
sino algo constante,
inmodificable.
Cae la sombra de todas las noches solitarias,
como el cuerpo de un hombre saltando al vacío
desde el edificio más alto del mundo;
y toda la desesperación
unida a las tristezas ahogadas en tragos de saliva y vino.
No estás y no encuentro
cómo apagar el soundtrack tristísimo que habla de ti,
gritando como humo
que se pega a los cristales de una recamara callada
pegada al frío de la humedad.
No encuentro la caricia que pudiera estar perdida
en las arrugas de las sábanas.
El rostro que fluye entre las luces que atraviesan
cada abertura de la persiana.
La sonrisa del espectro que juega a ser silencio
equilibrándose en los tejados inestables
que se agitan en el temblor de esta grieta ronca que
amenaza con soñar conmigo,
contigo
y partirnos, repartirnos y repetirnos
en esta espera sagaz
fundida en agua salada.
A veces,
algunas otras muchas veces,
el dolor caía
como una estampida dormida,
premeditada,
que ninguno de los dos sentía;
y ahí estábamos
lamiendo heridas que fingían ser un juego al despertar.
Lo imposible de lo posible
era algo que se arrastraba igual que hoy
para pegarse a las partes que yacían partidas,
perdidas en los recintos de cada palabra
pronunciada por tu boca.
Cindy Yaremi, 2018.
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