El cielo,
tus ojos luminosos como estelas,
los recuerdos atrapados, fluorescentes,
de la temporada en que me llenaba de ti,
de un por siempre a tu lado,
y las promesas repletas de caricias eternas.
Han pasado seis años,
aún guardo tu olor
y el sabor a verano en tu piel,
aún guardo tus letras,
el calor de tus manos,
los ecos, las rimas, las canciones.
El corazón haciendo música,
explosionando/implosionando
agigantando el pecho,
llenando los huecos de suspiros
que luego se escaparon por tus besos.
Estuve de vuelta
por todos tus rincones,
por la curva de tu boca
y la cueva de tu cuello.
Encontrarme escondida,
vestida de tu cuerpo,
de tu voz,
era una forma real de saber
que necesitaba de ti;
que un olvido no bastaría,
ni cien, ni mil,
para dejar esta constancia
por contenerte en mi vida.
El cielo,
el tiempo
haciéndome viajar en círculos,
una espiral infinita
que converge en tu nombre,
que se aferra a mis piernas como cuerdas,
que me convierte en raíz,
en ave de un solo nido.
El cielo,
las paredes,
recogieron nuestra historia,
la hicieron nube,
mancha de humedad;
volvieron comedia el romance,
tragicomedia al final.
Quedarán las mismas letras,
los mismos años,
apaga las luces, cierra las puertas,
ya luego vemos qué pasa,
cómo se termina lo demás.
Que nos quede este momento
como un vínculo a la perfección
amarrado a la memoria
que, a veces,
nos parece un desventurado parque,
un alma sin fin.
El cielo,
la libertad,
el no tenernos,
las heridas que aún me duelen
cuando no estás.
El cielo,
tus ojos luminosos como estelas,
la distancia
que elige hacerse abismo,
que se confunde ya en el cielo
como un sol radiante,
que quema a media tarde,
y que duele
y que arde
y que muere
y que no es.
Cindy Yaremi, 2016.
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