El cielo gris se vaciaba sobre la ciudad
como un puño que se lanza en dirección al hígado;
con intención de herir, de causar la muerte.
El vacío se confunde con la suma de nadas
y el cuerpo gritando al unísono del rayo que cae.
La grieta pudriéndose, abriéndose, volviéndose ventana,
y la pared cayéndose, llenándose de lo húmedo, de peste.
La habitación sin nombre, las venas sin sangre,
una punzada constante y la pulsión eterna
de no sentir nada.
La piel como una yaga, la tristeza y el horror
de una soledad huequísima a la que no se está acostumbrado.
El cielo gris se vaciaba sobre la ciudad,
y tú ya no estabas, sólo tu recuerdo
lleno de espinas y de sal.
Y quisiera no haber habitado tu cuerpo con tanta frecuencia,
así no parecería que me hacen falta extremidades, órganos,
ni que me sobra un abismo enorme en el tórax.
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