Borrasca y marea. Todos los versos nacen en días nublados.
Nieve brillante sobre la mesa y una gota escarlata jugando a
ser vino al fondo de la copa. Un relámpago, cinco segundos. El trueno. La
ventana resiste a esta guerra de lluvia ácida. Tus ojos parecen apagarse, pero
en tus pupilas estalla una nueva versión de la muerte que rechina la mandíbula.
Los beats de la música revientan en mi cabeza como malditos
fuegos artificiales. Ahora soy otro. Lleno de vértigo, soy una ráfaga, el mar
furioso. Me encuentro en esta sobredosis de adrenalina en la que me vale mierda
el mundo, salvo lo que no me vale mierda. Soy la vida medieval disipada en este
instante bravo, argumentado en la constancia blanca.
Eras un ángel cuando te conocí en la madrugada. Hoy me
arrastras con brutalidad hacia el vacío de mis demonios.
Deja de bailar sobre la mesa, nena.
Y entonces tu lengua se pone a galopar dentro de mi boca.
He intentado ser sincero conmigo y con el mundo, pero no
conozco verdad que no culmine en la mentira. Incluso esto. A final de cuentas,
toda la literatura está llena de fantasías. Los escritores están locos, basta
leer la biblia, o algo más sensato como Poe. Lo más real que he llegado a leer
es el libro vaquero.
Y aquí estoy. Alimentando esta euforia con el polvo estelar
de la noche. Metiendo mis manos bajo tu falda. Con esa espuma de mar que nos
agita a los dos.
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