I
En mis selecciones, en mis inversiones, en mis estrategias y
en mis ligeras y cortas abstemias me he descubierto potencialmente envenenada,
de una especie práctica de pausas y agitantes suspensivos. En mis irrelevancias,
en mi estupidez y en mi agonía, en toda la ironía del silencio de las noches,
hay una destellante escena que nos muerde en las entrañas.
II
No será más una vez que cae la arena del tiempo, no será y
no importa si nos quedamos lejos mientras el invierno explota.
III
Con los pies desnudos y pálidos, con la soledad bailando en
la cocina, con las arañas, con los olores, con el fuego lento y las tristezas;
tengo el alma vieja sentada en mis rodillas, cosiendo mis heridas con su aguja sin
punta y oxidada. Yo le acaricio la espalda y se mueve ligera, me mira con una
paz de fondo y un suspiro ahogado y desesperado. Sé que no me habla porque está
cansada, sé que se malgasta intentando salvarme de mis viajes cuasi ácidos, sé
que se desgasta al verme renunciar cada mañana a esa sonrisa del sol en la
ventana.
IV
Estoy muriendo de frío, como todas las noches, estoy
muriendo de ausencias, de ataques ansiosos y de esa crueldad que me da saber
que tengo un gusto muy ingenuo por saber que estás aquí para verme morir.
V
No te supones cuánto es que necesito tus carcajadas golpeándome
en la espalda y yo soñando que me pongo a llorar porque te quiero. No me
supongo cómo es esto de quedarse así sonriendo y perderse en algo que jamás
será real. Ya será difícil, cuando venga más tiempo a limarnos las astillas en
los huesos. Ya lo supongo, cómo te vas a reír y te irás, sacudiendo las manos y
silbando una canción.
VI
Aprenderé a no soñarte, para que no me sorprendan los días
fríos sin las asperezas de tu piel.
VII
Muerte al suspiro que me mata de miedo de imaginar que
pudiese morir enamorada. No, señor. Estoy cansada de las vueltas que me das
para vaciarme o para vaciarte en mí. Estoy inaccesiblemente agotada de las
canciones que se ponen a llorar mientras yo espero a por algo. Estoy aquí, sin
estar y sin pensar. Estoy accediendo a
verte o a llamar, pero me muerdo, sin integridad, para no hacerlo.
VIII
En mis emociones, en mis sensaciones, en mis relaciones, en
mis torpezas, en mis conciencias, en mis estados de belleza, en mis
iluminaciones, en mis deducciones, en mis simplezas, en mis grandezas, en mis
sutilezas, en mis elocuencias, en mis transparencias, en mis cuentos, en mis
constantes realidades, en todo lo que se suponga casualidad o causa, en todo,
en todo lo que llegue a llamarse por mi nombre, en todo lo que me represente,
en todo lo que guarde un recuerdo fugaz o profundo y que sea mío, en todo
aquello, en lo que ves y no, en el alma agotada que llevo, en la sonrisa muerta
que expreso, en la caricia fría que doy, en cada letra y en cada etcétera, existen
aún más cuentos que nos ayuden, de manera real, a morir de frío o a morir de amor.
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