15 junio 2017

Inexorable

Vuelve a ser Enero,
como una sombra se desplaza
desgastando el calendario,
que no cambia de forma,
que muere con la sed de despertar y ser
otro día de un nuevo año y una nueva vida;
pero no cambia.

Vuelve la tormenta de la media tarde
a claudicar con la caída del sol,
vuelve el sonoro precipicio de oscuridades
que se alargan tristes sobre el pavimento,
que reptan con desconsuelo
por cada fachada que las desprecia en cada desliz.

Vuelve a ser
el tremendo vacío,
tan lleno de nadas, de nadies,
tan ausente,
tan silencio que ensordece,
tan raquítico,
infeliz
e inconcordante.

Vuelve la melodía insoportable
a hacer nudos en los huecos
que se pudren dentro de mí
y que están llenos de averías
y que cuelgan de mis huesos
como viejas aves
de plumajes y de picos ya oxidados.

Vuelve la tempestad
a ser sinónimo de estar sola por las noches,
de viajar en el inconcluso del bajovientre
y volver al descuido de juntar los párpados con las ojeras
para no soñar
o soñar contigo,
soñar que volviste
o que nunca vienes.

Vuelven las cavidades ásperas
a cubrirse de la espuma del ozono
a repetir temblores
a revertir la insólita desnudez
que revuelve el devenir
de la infranqueable mirada de la muerte
que gotea cenizas como un valle
en este trémulo de impaciencias.

Vuelve el silencio
cubierto de espinas,
espigas del magma que me quita vida,
vuelve a ser
primavera en clave morse,
lipotimia dulce,
el siniestro del verso que no encuentro
que aparece en vértice
que recurre al tacto humeante
de volver a repetirse.


Cindy Yaremi, 2017.

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